
El olvido institucional en Cuba: la historia de Rafelito, el rostro de la miseria silenciada
En una esquina perdida del poblado de Desengaño, Municipio Caimito, Provincia de Artemisa un hombre llamado Rafael —conocido por sus vecinos como Rafelito— sobrevive en condiciones que escandalizarían a cualquier conciencia humana. Su historia, publicada en redes sociales por Omar Sánchez, ha generado una ola de indignación por mostrar la realidad que muchos prefieren ignorar: la desprotección extrema de un ciudadano en total abandono, olvidado por el sistema que prometía no dejar a nadie atrás.
La imagen difundida muestra a Rafelito acostado en el piso de su vivienda, sin ropa, sin cama, sin atención. Vive solo, entre paredes sin repello, sin agua potable ni electricidad, en condiciones insalubres que ponen en riesgo su vida. Vecinos afirman que ha sido dejado a su suerte por las instituciones que deberían velar por su bienestar. No hay trabajador social, médico de familia, ni delegado del Poder Popular que haya intervenido para mejorar su situación.
Esta escena desmiente con crudeza el relato de una revolución perfecta, inclusiva y protectora de los más vulnerables. La figura de Rafelito, hombre de a pie, pobre y olvidado, se convierte en símbolo de una Cuba que vive en los márgenes del discurso oficial. Una Cuba que no aparece en las estadísticas del bienestar ni en los informes televisivos. Una Cuba que sangra en silencio.
El autor de la publicación no se limita a denunciar el caso particular, sino que cuestiona directamente la narrativa histórica del régimen: “Esta es la realidad que nadie conoce de la Cuba que nos ha tocado vivir por cobardes y carneros”, afirma. Sus palabras, aunque duras, reflejan el sentir de muchos cubanos cansados del abandono y la impunidad con la que se normaliza el sufrimiento de los más pobres.
En un país donde los medios estatales no cubren este tipo de realidades, las redes sociales y las denuncias ciudadanas se han convertido en el único canal para visibilizar lo que el sistema se empeña en ocultar. El caso de Rafelito clama por atención, solidaridad y acción inmediata, pero también exige una reflexión más profunda sobre el fracaso institucional en proteger a sus ciudadanos más frágiles.
Porque mientras no se tomen medidas reales, mientras las autoridades miren hacia otro lado, seguirán apareciendo más rostros como el de Rafelito: rostros que la propaganda borra, pero que la realidad impone.







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