Raúl Torres y su patética revelación: el trovador del régimen descubre que ni la dictadura lo respeta

Si hay algo que los regímenes totalitarios han demostrado a lo largo de la historia es que la lealtad incondicional no garantiza nada. Raúl Torres, el cantautor cubano que ha dedicado su carrera a componer himnos serviles al castrismo, acaba de recibir una lección amarga: la dictadura que tanto ha defendido ni siquiera se digna a reconocerlo en su propio Museo de la Música.

En un patético desahogo publicado en redes sociales, Torres cuenta cómo visitó el museo con la ilusión de encontrarse inmortalizado entre los grandes de la trova cubana. Para su sorpresa (y la de nadie más), descubrió que su nombre no aparece en ninguna parte. Ni una foto, ni una mención, ni un rincón dedicado a su “legado” de canciones propagandísticas. Lo peor para su ego herido llegó cuando una de las guías, al preguntarle sobre su presencia en la exposición, simplemente respondió: ”¿Quién es?”

Así de prescindible resulta el trovador oficialista que alguna vez creyó que la sumisión al régimen le aseguraría un puesto de honor en la historia de la música cubana.

El lloriqueo de un esbirro decepcionado

Torres, incapaz de asumir que su “aporte” al arte no es más que un eco de consignas vacías, se victimizó en su publicación, lamentándose por la falta de reconocimiento y acusando a los curadores del museo de un “duro revés” para su carrera.

Lo que más le indigna no es solo su exclusión, sino que, según él, en el museo sí hay espacio para artistas que han sido críticos del régimen, aquellos que, a diferencia de él, han tenido la dignidad de denunciar la opresión que sufre el pueblo cubano. En su escrito, intenta disfrazar su desprecio con una falsa condescendencia: “Creo que tienen derecho a estar ahí porque su calidad como artistas es innegable”, pero el veneno de su resentimiento es evidente.

Torres también deja caer un lamento aún más ridículo: había considerado donar al museo la guitarra con la que compuso una de sus odas a Fidel Castro, pero ahora ha decidido dársela a su familia. Como si a alguien le importara el destino de un instrumento con el que se ha compuesto la banda sonora de la sumisión y la mentira.

La lección que Torres no entenderá

Raúl Torres está aprendiendo, demasiado tarde, que la dictadura cubana no tiene amigos ni aliados, solo herramientas desechables. Su intento de encajar entre los músicos verdaderamente respetados ha fracasado porque, a pesar de su obsecuencia, su obra es irrelevante fuera del aparato propagandístico del régimen.

Si su olvido en el Museo de la Música le duele, que se prepare: el día que el castrismo ya no lo necesite, no solo lo ignorarán, sino que lo descartarán sin remordimientos, como han hecho con tantos otros que creyeron que su lealtad les otorgaría inmunidad.

Torres ha sido un cómplice del adoctrinamiento y la opresión en Cuba, y ahora se queja porque ni siquiera lo aplauden en su propia jaula. Pero que no se equivoque: la historia no lo olvidará por su talento, sino por su papel como bufón del castrismo.

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