Un superyate de lujo atraca en La Habana y expone el contraste con la realidad de los cubanos

La imagen no pasó desapercibida. Un superyate de más de 100 metros de eslora atracó en el puerto de La Habana y se convirtió rápidamente en tema de conversación entre los habaneros y en redes sociales. No solo por sus dimensiones imponentes, sino por lo que representa su presencia en un país donde la mayoría de la población sobrevive en medio de apagones prolongados, escasez de alimentos y un colapso general de los servicios básicos.

Se trata del Symphony, una de las embarcaciones privadas más lujosas del mundo, valorada en alrededor de 150 millones de dólares. El yate cuenta con seis cubiertas, piscina con fondo de cristal, cine al aire libre, spa, jacuzzi y otros lujos reservados a una élite económica global prácticamente inaccesible para el ciudadano común. Puede alojar a una veintena de invitados y dispone de una tripulación cercana a las 40 personas.

El Symphony pertenece al multimillonario francés Bernard Arnault, presidente del conglomerado de marcas de lujo LVMH. No hay confirmación oficial de que su propietario se encuentre a bordo, pero la sola presencia de la embarcación basta para generar preguntas inevitables sobre quiénes sí pueden permitirse este tipo de viajes y bajo qué condiciones acceden a puertos cubanos.

La escena ha provocado reacciones encontradas. Algunos ciudadanos ironizan sobre la llegada del yate en un contexto de crisis energética severa, mientras otros señalan con indignación el contraste entre el derroche flotante y las carencias que marcan la vida diaria de millones de cubanos. El mantenimiento anual de una embarcación de este tipo puede superar los 10 millones de dólares, una cifra que resulta obscena frente a salarios que no cubren ni lo más básico.

No es la primera vez que un yate de lujo aparece en aguas habaneras. En meses recientes, otras embarcaciones exclusivas han atracado en el puerto, alimentando la percepción de que, mientras la población enfrenta una situación límite, ciertos espacios del país siguen abiertos al turismo de élite y a circuitos de privilegio bien definidos.

Según reportó el medio independiente 14ymedio, la llegada del Symphony volvió a poner sobre la mesa el debate sobre las profundas desigualdades que atraviesan al país y el tipo de visitantes que sí encuentran facilidades para acceder a sus puertos.

Más allá del espectáculo visual, el arribo de este superyate funciona como una postal incómoda. Un símbolo flotante de lujo extremo frente a una ciudad donde muchas familias pasan días enteros sin electricidad, cocinan con leña o carbón y dependen de remesas para subsistir. Una imagen que resume, sin necesidad de discursos, la distancia abismal entre dos realidades que conviven —aunque no se toquen— en el mismo escenario.

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