
Muere Juan Pablo Roque, el espía que traicionó a una familia y ayudó a justificar la masacre de Hermanos al Rescate
La noticia de la muerte de Juan Pablo Roque en La Habana, el pasado 25 de noviembre, ha reabierto una de las heridas más dolorosas de la historia reciente del exilio cubano. En redes sociales, algunos reconocen que apenas sabían quién fue; otros piden “no hablar mal de los muertos”, y unos pocos siguen llamándolo “héroe” y “corajudo”. Pero detrás de la figura del piloto y espía hay mucho más que una disputa ideológica: hay una familia destruida, una comunidad traicionada y cuatro asesinatos aún impunes.
Según fuentes del exilio y testimonios de su exesposa Ana Margarita Martínez, Roque falleció a los 70 años en La Habana tras ser sometido a una cirugía a corazón abierto y complicarse luego con uno de los virus respiratorios que actualmente circulan en Cuba.
El exiliado y también piloto Orestes Lorenzo Pérez, uno de los primeros en reaccionar públicamente, escribió que el mundo se vuelve “un poquito mejor con un canalla menos” y recordó la ironía de que muriera “por un virus que prospera incontrolablemente en el engendro maligno que defendió”, en referencia al régimen cubano. Su publicación encendió un intenso debate en redes.
Del “desertor” celebrado en Miami al topo de la Red Avispa
Roque, antiguo mayor de la Fuerza Aérea cubana y piloto de MiG, llegó a Estados Unidos en 1992 tras abandonar la isla a través de la Base Naval de Guantánamo. En Miami fue recibido como héroe: se integró a Hermanos al Rescate, organización de pilotos del exilio dedicada inicialmente a localizar balseros en el Estrecho de la Florida y avisar a la Guardia Costera para salvar vidas.
Lo que casi nadie sabía entonces era que Roque seguía trabajando para la inteligencia cubana. Formaba parte de la llamada Red Avispa, un entramado de espías infiltrados en organizaciones del exilio y en objetivos militares estadounidenses.
El 23 de febrero de 1996, Roque desapareció de Miami. Al día siguiente se encontraba en La Habana. Horas después, el 24 de febrero, cazas Mig de la Fuerza Aérea cubana derribaron en espacio aéreo internacional dos avionetas de Hermanos al Rescate, matando a cuatro civiles: Armando Alejandre Jr., Carlos Costa, Mario de la Peña y Pablo Morales.
Poco después, Roque apareció en la televisión cubana acusando a Hermanos al Rescate de preparar ataques terroristas y de planear bombardear La Habana, narrativa utilizada por el régimen para justificar el derribo, pese a la condena internacional y a los informes que situaron las avionetas fuera del espacio aéreo cubano.
La traición íntima: una esposa y unos niños usados como fachada
La historia de Roque no es solo la de un espía. Es también la de una traición personal que marcó a una familia para siempre. En Miami se casó con Ana Margarita Martínez, una mujer cubanoamericana a la que engañó sobre su identidad, sus lealtades y sus actividades. Junto a ella construyó un hogar y una relación con los hijos de ella, que lo vieron como a un padre.
Según ha contado la propia Ana Margarita en distintos testimonios, Roque la utilizó como parte de su fachada, abusando de su confianza y sus recursos económicos mientras reportaba información a La Habana. Tras su huida, ella descubrió que estaba casada con un agente de la inteligencia cubana. Años más tarde demandó al gobierno de Cuba ante una corte estadounidense y obtuvo una sentencia de 27 millones de dólares en daños punitivos, de los que solo ha podido cobrar una fracción mínima.
El uso y abuso de esa mujer y de esos niños no fue una instrucción política. Fue una decisión personal. Roque llevó su doble vida hasta el extremo de convertir los afectos más íntimos en parte de su disfraz, dejando tras de sí un rastro de dolor que sus víctimas siguen narrando casi tres décadas después.
Una pieza clave en la antesala del crimen del 24 de febrero
Distintas investigaciones y archivos de derechos humanos señalan a Roque como pieza clave en la operación que culminó en el derribo de las avionetas. Desde su posición dentro de Hermanos al Rescate, habría aportado información a la Red Avispa sobre los vuelos y rutinas del grupo, información que terminó en manos de Gerardo Hernández, jefe de la red en Estados Unidos y posteriormente condenado en el caso de “Los Cinco”.
La base de datos Cuban Repressors lo clasifica como “represor violento” vinculado directamente al derribo. Aunque Roque nunca se sentó en el banquillo, su nombre aparece una y otra vez asociado al operativo que costó la vida a cuatro civiles desarmados.
Vida en Cuba, propaganda y silencio
Tras su regreso, el régimen lo exhibió como ejemplo de “espía victorioso” y lo presentó en medios oficiales como prueba de la supuesta naturaleza “terrorista” de las organizaciones del exilio.
Con el paso de los años, Roque se fue desvaneciendo de la escena pública. Entrevistas esporádicas desde Cuba mostraban a un hombre que intentaba justificar su papel, minimizando su responsabilidad en el derribo y presentándose como víctima de una guerra entre gobiernos. Mientras tanto, las familias de las víctimas y la comunidad del exilio reclamaban justicia sin obtener respuesta.
Ahora se sabe que en los últimos meses su salud se deterioró. De acuerdo con periodistas del exilio y con el propio testimonio de Ana Margarita Martínez, Roque fue sometido a una operación a corazón abierto en La Habana. Tras la cirugía, habría contraído uno de los virus respiratorios que circulan por el país, lo que finalmente provocó su muerte.
Un muerto sin justicia y una memoria que no se cierra
La reacción a su fallecimiento ha sido desigual. Hay quienes apelan al respeto al muerto. Otros, como Orestes Lorenzo, recuerdan que “el mundo se torna un poquito mejor con un canalla menos”. Más allá de las frases contundentes, hay una constante: Roque murió sin comparecer ante un tribunal independiente por el papel que jugó en la tragedia de 1996 y por la destrucción deliberada de una familia que lo recibió como esposo y padre.
Para muchos cubanos, dentro y fuera de la isla, Juan Pablo Roque no fue simplemente un enemigo político. Fue una ofensa a la idea misma de hombría y paternidad: un hombre que usó el amor y la confianza como instrumentos de trabajo, un agente que puso su talento al servicio de la mentira y la muerte.
Su muerte no devuelve la vida a las cuatro víctimas de Hermanos al Rescate ni borra el trauma de quienes compartieron su casa creyendo que era un hombre de bien. Pero sí obliga a revisar la historia con nombres y apellidos, más allá de la propaganda y del silencio oficial.
Roque se ha ido sin rendir cuentas. La responsabilidad de contar lo que hizo, y de defender la memoria de quienes sufrieron sus actos, recae ahora en la sociedad que no quiere ver repetidos esos capítulos oscuros. Mientras tanto, para muchas de sus víctimas, su partida deja una sensación ambivalente: no hay alegría, porque no hubo justicia. Pero sí la certeza de que el mundo es, al menos, un poco menos peligroso sin él.







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