Fidel Castro: nueve años después, la memoria de un tirano que aún pesa sobre Cuba

A nueve años de la muerte de Fidel Castro, el régimen cubano ha vuelto a desplegar una intensa campaña de propaganda para presentarlo como un “héroe histórico”, un “visionario” y el supuesto “arquitecto de la dignidad nacional”. Pero más allá de los eslóganes oficiales, para millones de cubanos la fecha no marca un homenaje, sino el recuerdo del comienzo de una de las etapas más dramáticas, oscuras y prolongadas de sufrimiento en la historia de la isla.

Mientras los medios estatales llenan sus espacios con consignas y celebraciones políticas, la memoria social —la de quienes vivieron la represión, el hambre, la separación familiar o el exilio forzado— vuelve a poner sobre la mesa la otra realidad: la que no aparece en los homenajes oficiales.

Un país sometido por un solo hombre

Fidel Castro gobernó Cuba durante casi medio siglo, concentrando en su figura un poder absoluto que le permitió eliminar libertades fundamentales, suprimir la prensa independiente, encarcelar disidentes, imponer un modelo económico fallido y decidir sobre la vida, la muerte y el futuro de más de once millones de personas sin rendir cuentas a nadie.

Su “revolución”, presentada como un proyecto de justicia social, terminó convirtiéndose en una maquinaria represiva que controló cada aspecto de la vida cotidiana: la libre expresión, la movilidad, la fe religiosa, la educación y hasta las relaciones personales.

Cuba pasó de ser uno de los países más prósperos de América Latina a una de las economías más empobrecidas del hemisferio, dependiente de subsidios extranjeros y marcada por carencias estructurales que hoy siguen sin resolverse.

Represión, presos políticos y miedo como política de Estado

Castro instauró un aparato de seguridad que se convirtió en la columna vertebral del sistema. Miles de cubanos fueron encarcelados por motivos políticos, sometidos a juicios sumarios, trabajos forzados o largas condenas.

Las UMAP, los fusilamientos de los primeros años, los encarcelamientos masivos de opositores, el control absoluto de la prensa y la vigilancia vecinal a través de los CDR fueron herramientas esenciales para garantizar su permanencia en el poder y sofocar cualquier intento de disidencia.

Lo que hoy continúa haciendo el régimen —la criminalización del activismo, la represión de manifestaciones pacíficas como el 11J, las largas condenas a jóvenes y la persecución de periodistas independientes— tiene su origen directo en el sistema que Castro diseñó.

Un país expulsado hacia el exilio

El proyecto político de Fidel Castro produjo uno de los éxodos más grandes de la historia contemporánea: millones de cubanos han tenido que abandonar la isla en los últimos 65 años.

El éxodo del Mariel, la crisis de los balseros de 1994, la migración constante hacia cualquier frontera posible y el éxodo masivo de los últimos años bajo el régimen de Díaz-Canel tienen un origen común: la imposibilidad de vivir con libertad, prosperidad y derechos bajo un sistema que fracasó en todos los planos.

Las familias separadas por décadas, los hijos que crecieron sin sus padres, las vidas perdidas en el mar o en selvas fronterizas son parte del legado que el régimen nunca menciona cuando glorifica la figura del líder.

Una economía devastada y una sociedad empobrecida

El modelo económico impuesto por Castro destruyó la agricultura, la industria, la productividad y la iniciativa privada, reemplazándolas por un esquema estatal ineficiente, corrupto y centralizado que todavía hoy mantiene a Cuba atrapada en el subdesarrollo.

Las colas interminables, el racionamiento, la escasez crónica, la miseria rural, la falta de vivienda digna, los apagones, la desaparición de productos básicos y la dependencia de remesas extranjeras son consecuencias directas de decisiones tomadas durante décadas de poder absoluto.

La pobreza en Cuba no es una casualidad ni una consecuencia “externa”: es el resultado de un sistema diseñado para mantener el control político a costa del bienestar del pueblo.

El intento de reescribir la historia

Cada aniversario de la muerte de Castro es aprovechado por el régimen para renovar el culto a su figura. Con consignas repetidas y una narrativa oficial sin matices, se intenta imponer la idea de que Cuba le debe gratitud y lealtad.

Pero la realidad vivida por el pueblo cubano contradice cada pieza de propaganda. La miseria, la represión y el éxodo hablan más alto que cualquier consigna.

Recordar a Fidel Castro tal como fue —y no como lo presenta el aparato ideológico— es un deber histórico para comprender por qué Cuba sigue sometida a una dictadura y por qué la libertad, la justicia y la democracia siguen siendo deudas pendientes.

Nueve años después: el fin del mito, no del daño

A nueve años de su muerte, Fidel Castro no es un héroe: es el arquitecto de una de las peores tragedias sociales, políticas y económicas de América Latina. El daño que dejó no se limita al pasado; sigue vivo en cada preso político, en cada apagón, en cada madre que hace colas interminables, en cada joven que abandona el país y en cada familia rota por el exilio.

Mientras el régimen intenta perpetuar el mito, el pueblo cubano continúa viviendo las consecuencias del sistema que él creó. Y esa es la verdad que ningún aniversario podrá ocultar.

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