Ernesto Borges, primera Navidad en libertad: fe, enfermedad y un futuro incierto dentro de Cuba

Tras casi 27 años de prisión por un delito de espionaje “en grado de tentativa”, el ex capitán de la contrainteligencia cubana y expreso político Ernesto Borges comparte en exclusiva con ClickCuba cómo espera su primera Navidad fuera de la cárcel, las secuelas físicas que arrastra, el peligro que corre mientras siga en la isla y el apoyo decisivo del exilio y de las Damas de Blanco.

“Esta es mi primera Navidad en libertad después de casi 27 años preso”, dice Ernesto Borges Pérez al comenzar su conversación con ClickCuba. Habla desde el Cerro, en La Habana, en el mismo hogar del que salió detenido el 17 de julio de 1998 y al que regresó el 24 de abril de este año, tras cumplir íntegramente una sanción de 30 años de privación de libertad por un delito de espionaje que el propio régimen reconoce “en grado de tentativa”.

Borges subraya, además, que esos 30 años de privación de libertad los cumplió “por proteger la Seguridad Nacional de los Estados Unidos”, y que asumió ese costo personal guiado por sus convicciones democráticas y su compromiso con la defensa de ese país, al que considera un aliado natural en la lucha por la libertad de Cuba.

Hoy, a las puertas de estas fiestas, su realidad se mueve entre la gratitud por estar con su familia, el golpe de una Cuba mucho más empobrecida que la que dejó, un cuerpo castigado por la cárcel y la precariedad sanitaria, y una carrera contrarreloj para salir del país antes de que un posible cáncer de próstata le corte la vida “de forma expedita”.

“Me levanto, miro el amanecer y lo disfruto”: la primera Navidad en libertad

Ernesto describe con serenidad algo que para cualquier otro sería rutina: mirar por la ventana al despertar.

“La vista de la ventana del apartamentico aquí en el Cerro no es que sea muy bonita, pero se ve el amanecer, se ven los días. Y en estos días hemos tenido días preciosos en Cuba. Días soleados, días frescos. Y la verdad es que lo disfruto muchísimo. Emocionalmente me siento muy bien. Me siento con el ánimo arriba”.

Tras casi 11 años en régimen de aislamiento en la prisión de Guanajay y más de una década después en el Combinado del Este, donde las celdas son “extremadamente calurosas en verano y extremadamente frías en invierno”, la simple posibilidad de sentir el frío amortiguado por el calor de la familia es, para él, un lujo.

“Ahora el frío que experimentaré aquí es un frío que está atenuado por el calor de la familia, por el amor de las personas que me quieren. Y me siento arropado, me siento querido y me siento muy agradecido a Dios por las bendiciones que me ha dado”.

Un país irreconocible: indigencia, basura y apagones

Si volver a casa ha sido emocionalmente reparador, reencontrarse con la realidad de Cuba ha sido un choque brutal.

“He visto muchas personas mayores mendigando, mucha gente indigente. La situación higiénico-sanitaria de la capital, los basureros en las esquinas… Yo nunca pensé ver eso”.

Ernesto conocía la crisis cubana desde la prisión, a través de la información que le llegaba, pero ahora la toca con las manos: basura acumulada, ancianos pidiendo en la calle, proliferación de enfermedades transmitidas por mosquitos y apagones que “golpean duramente la vida de todos los cubanos”.

Él mismo fue contagiado recientemente con chikungunya y arrastra todavía las secuelas: dolores articulares, cansancio persistente. “Lo mismo que tiene un gran número de cubanos ahora mismo”, apunta.

Cuerpo marcado: cataratas, diabetes y una posible tumoración de próstata

Ernesto salió de prisión con un cuerpo que ya no es el de aquel oficial de 32 años que entró en 1998. Hoy tiene 59 y varias enfermedades crónicas:

Asma desde la niñez, que se agravó en prisión por la escasez de medicamentos.

Catarata avanzada, sobre todo en el ojo derecho, con pérdida casi total de visión.

Diabetes tipo 2, diagnosticada en 2022, que exige medicación diaria, dieta y ejercicio.

Y ahora, una posible tumoración de próstata, detectada por análisis de PSA alterados.

“Me aconsejaron que tenía que moverme rápido con los chequeos para definir si es maligno o benigno. Estoy en una lista de espera para una resonancia magnética en el Hospital Almejeiras. El equipo está roto, se calienta, y solo hacen dos diarias. Dependo de eso para que puedan hacer una biopsia dirigida, sin destrozarme la próstata al azar”.

Ernesto lo dice sin dramatismo, pero con claridad: si se trata de un cáncer y no se atiende “en condiciones de seguridad”, su vida puede cortarse de manera abrupta.

Burocracia, desempleo y una salida de Cuba que no llega

Su plan al salir de prisión era sencillo: operarse de cataratas, recuperar lo básico de salud y salir de Cuba lo antes posible para poder atenderse en un sistema sanitario donde no tema por su vida.

La realidad fue otra. Tardó casi tres meses en obtener un carné de identidad correcto, tras errores burocráticos, y el pasaporte llegó también con demora. Mientras tanto, no ha podido encontrar trabajo.

“Estoy desempleado desde que salí. Por mis problemas de catarata es muy difícil tener un trabajo donde tenga que fijar la vista. El sol me afecta mucho. No tengo salario ni ingreso. Me he sostenido por gestos de caridad cristiana y la solidaridad de hermanos del exilio y personas cercanas aquí”.

Cuando finalmente obtuvo su pasaporte, se comunicó por correo con la Embajada de Estados Unidos en La Habana y con el encargado de negocios, Mike Hammer, explicando su caso y la urgencia de salir del país por seguridad y salud. Pero hasta hoy no ha conseguido una visa.

“Mi familia está muy preocupada, las amistades cercanas también. Saben que, mientras esté en Cuba, mi vida corre peligro. Fui oficial de la contrainteligencia, caí preso con mucha información secreta y no claudiqué. Me hicieron cumplir íntegramente la sanción porque no acepté más de 12 propuestas de colaboración. Eso el gobierno no lo perdona”.

En este contexto, Borges expresa su confianza en que su caso llegue a la oficina del senador cubanoamericano Marco Rubio —el secretario de Estado de los Estados Unidos—, a quien reconoce como uno de los políticos que, a su juicio, se ha mostrado “firmemente comprometido con la causa por la democratización de Cuba” y “especialmente sensible” a la situación y la seguridad de los presos políticos.

Como ejemplo concreto de esa sensibilidad, cita la reciente concesión de los visados necesarios para sacar del país, “por razones de seguridad”, al núcleo familiar del ex preso político cubano José Daniel Ferrer, que acumuló en total 13 años de prisión en cárceles cubanas. Borges confía en que el precedente de Ferrer contribuya a que las autoridades estadounidenses atiendan la urgencia de su propio caso.

Ernesto confía en que su historia llegue también a otras instancias del gobierno estadounidense y a la atención de los congresistas cubanoamericanos, y que esa presión abra una puerta de salida para él y su núcleo familiar más cercano.

“No salí con un cuchillo en la boca”: fe cristiana, perdón y familia

Uno de los ejes de su testimonio es el perdón. Revela que salió en libertad sin odio ni deseos de venganza, ni hacia sus carceleros ni hacia los familiares que se alejaron por miedo cuando fue condenado.

“Yo no salí de la prisión con un cuchillo en la boca. Yo salí con la humildad que me ha dado Dios. Me veo como un hombre perdonado por Dios y creo que estoy en el deber moral de ser misericordioso con los demás”.

Recuerda que proviene de una familia “integrada a la Revolución”, para la que su detención fue un impacto tremendo. Algunos lo apoyaron desde el principio; otros se alejaron. Con los años, el deterioro del país y la evidencia del fracaso del modelo hicieron que muchos cambiaran su mentalidad, y él decidió no levantarles la mano del rencor:

“Cuando tú odias, te mantienes encadenado a la persona que odias. Y esa persona vive su vida y tú te martirizas el doble. El odio te quita capacidad de ser feliz, te quita ternura, te quita la posibilidad de estar en armonía con las bendiciones que Dios nos da”.

Su fe cristiana, adquirida en prisión, le permitió —según cuenta— sostenerse espiritualmente y, al mismo tiempo, comprender mejor el dolor del exilio, las heridas de la guerra civil cubana de los años 60 y la responsabilidad histórica del régimen que traicionó la promesa de democratizar Cuba.

El “pequeño infierno” a pocos kilómetros de casa

Borges define la prisión cubana como “un pequeño infierno” instalado a escasos kilómetros de los lugares donde fue feliz de niño. Once años en aislamiento en Guanajay, rodeado de presos extranjeros —muchos colombianos acusados de narcotráfico— y después el Combinado del Este, conviviendo con la delincuencia común de todo el país.

“Es una experiencia fuerte convivir con lo peor de la sociedad, con personas sin valores, violentas, con trastornos psiquiátricos, en celdas con poca ventilación, mala iluminación, pésima alimentación. Y aun así tratar de hacer la prisión con dignidad, como un patriota”.

Sobre los carceleros, mantiene una postura compleja: denuncia la brutalidad del sistema, pero se niega a reducirlo todo a blanco y negro. Asegura que conoció militares que, en momentos críticos de salud, fueron humanos con él, incluso arriesgándose a ser acusados de debilidad por sus superiores.

“No todos son monstruos. Hay gente sencilla, de origen humilde, con poco nivel cultural, atrapada en un trabajo duro. Eso no los exime de responsabilidad, pero tampoco puedo juzgar de forma superficial. Yo mismo fui capitán de la contrainteligencia y, sin embargo, algo en mi corazón me hizo reaccionar”.

Desde ese encierro, y a pesar del control férreo del sistema penitenciario, Borges realizó durante años denuncias sobre violaciones de derechos humanos cometidas contra él y contra otros presos políticos y comunes en las cárceles cubanas. Lo hizo a través de llamadas telefónicas, mensajes que lograban salir al exilio y testimonios que llegaron a radios y medios internacionales. Esas denuncias, insiste, formaban parte de su deber como preso político y como cristiano.

Una red que lo sostuvo: exilio, organizaciones y apoyo anónimo

Ernesto insiste una y otra vez en su gratitud hacia el exilio cubano y hacia muchos cubanos dentro de la isla que, aun viviendo en la pobreza, le enviaron mensajes, alimentos o medicinas.

Recibió apoyo de organizaciones como el Directorio Democrático Cubano y de la Asamblea de la Resistencia Cubana en la figura de Orlando Gutiérrez Boronat; de Plantados hasta la Libertad y la Democracia en la figura del expreso político Ángel de Fana; y de la UNPACU (Unión Patriótica de Cuba), en la figura de José Daniel Ferrer. A todos ellos les atribuye un papel clave en la visibilización de su caso y en el acompañamiento a su familia durante casi tres décadas.

“El apoyo más importante fue que visualizaron mi caso. Esa presión moral fue decisiva para que me mantuvieran vivo. Muchos hicieron donativos modestos, 20, 30, 50 dólares, pero para nosotros fue la diferencia entre comer algo digno o no, entre poder comprar medicinas o no, entre que mis padres ancianos tuvieran transporte para ir a verme”.

También subraya el rol de personas que lo ayudaron de forma completamente anónima, sin pertenecer a ninguna organización del exilio, como un acto íntimo de conciencia hacia la libertad de Cuba.

En paralelo, destaca el activismo político de su padre, Raúl Borges Álvarez, quien durante años marchó junto a las Damas de Blanco y se integró a distintas iniciativas de la oposición interna. Su padre, recuerda, fue golpeado en varias ocasiones por acompañar al grupo de mujeres que exigían la libertad de los presos políticos en La Habana.

De izquierda a derecha César Borges, Ernesto Borges y Raúl Borges

El papel imprescindible de las Damas de Blanco

Ernesto destaca el papel de las Damas de Blanco desde su fundación en 2003, tras la Primavera Negra.

“Desde el primer momento recibí la solidaridad de Laura Pollán y de todas las Damas de Blanco. Sufrí muchísimo su muerte y también el maltrato brutal que sufrieron esas mujeres por reclamar la libertad de sus familiares y del resto de los presos políticos”.

Su padre, Raúl Borges, marchó durante un tiempo junto a ellas en La Habana y fue golpeado en más de una ocasión. Con Berta Soler mantuvo comunicación constante mientras estuvo preso.

Hoy, consciente de que el régimen ha intentado destruirlas y arrinconarlas, insiste en que la historia de Cuba no podrá escribirse sin reconocer su valor:

“No es fácil enfrentarse a un Estado entero encima de ti. Cuando se escriba la historia, habrá que tener presente ese valiente acompañamiento. La mujer cubana es inspiradora. Sin la mujer involucrada, una causa no alcanza todo su esplendor”.

“Quiero recuperar salud para seguir siendo útil a mi patria”

A pesar de todo: la prisión, la enfermedad, el peligro que corre en Cuba y la incertidumbre sobre si logrará salir a tiempo para tratarse, Ernesto insiste en definirse como un hombre de esperanza.

“Estoy tratando de recuperar salud para poder servirle a Dios y servirle a mi patria como se lo merece. Amo mi país, amo mi gente. Sufro con lo que sufren los cubanos, pero trato de no hundirme en la desesperación, en el pesimismo ni en la apatía política. Eso no va a pasar conmigo”.

Su sueño inmediato es claro: llegar a Estados Unidos, acceder a tratamientos médicos modernos —incluidos aquellos que podrían tratar un posible cáncer de próstata sin cirugía agresiva— y, desde allí, seguir contribuyendo a la causa de la democratización de Cuba.

Mientras tanto, vive de la solidaridad, reza, observa atentamente lo que pasa en su país y se prepara para una Navidad distinta: sin barrotes, pero todavía sin garantías de futuro.

“Yo cumplí mis 30 años de prisión porque creo en los valores de la democracia”, concluye. “Ante Dios tengo la conciencia tranquila. Y ante Cuba también”.

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