“Vivo entre la miseria y el abandono”: El grito desesperado de un joven de Baire ante la indiferencia de las autoridades

La historia de Enmanuel Cervantes Ruíz, residente en la comunidad El Transformador, en Baire, Contramaestre, Santiago de Cuba, se ha convertido en un nuevo retrato del abandono institucional que viven miles de familias cubanas, especialmente tras el paso devastador del huracán Melissa. Su denuncia en Facebook expone una realidad tan dolorosa como común en la Cuba profunda: ancianos enfermos viviendo en estructuras que no pueden llamarse hogares, solicitudes oficiales que nunca reciben respuesta y una vida que se desmorona mientras las autoridades miran hacia otro lado.

Enmanuel, hijo único de dos ancianos gravemente enfermos, decidió hacer pública la situación desesperada que enfrenta desde hace meses. Su madre, diagnosticada con bronconeumonía severa, demencia senil y con una fractura reciente de cadera, depende por completo de asistencia para sobrevivir. Las imágenes muestran su cuerpo extremadamente debilitado, postrada en una cama sin condiciones mínimas, en un estado que evidencia una severa desnutrición y abandono clínico.

Su padre tampoco puede valerse por sí mismo. Padece neuropatía periférica, lo que limita su movilidad y su capacidad para realizar cualquier esfuerzo físico. Enmanuel es el único sostén del hogar, pero el colapso de vivienda y la gravedad de sus padres lo obligan a priorizar cuidados constantes sobre la posibilidad de trabajar.

Una vivienda destruida y el Estado ausente

El huracán Melissa terminó de hundirlos. La casa donde vivían quedó destruida. Las imágenes muestran paredes improvisadas con planchas rotas, techos sostenidos por troncos, filtraciones por todas partes y camas apoyadas sobre bloques de cemento en un piso de fango. Allí, en ese espacio insalubre e indigno, duermen dos ancianos enfermos y completamente dependientes, expuestos a lluvias, mosquitos, frío, humedad y contaminación.

Tras la destrucción, Enmanuel acudió a todas las instancias posibles: la trabajadora social, Atención a la Población, el jefe de sector, la Oficina de Vivienda, el Poder Popular. Según relata, en todos los lugares fue escuchado, pero en ninguno fue atendido. Le asignaron, en teoría, una asistente social, pero nunca apareció. Tampoco recibió materiales, ayudas temporales ni alguna respuesta concreta sobre una solución habitacional.

“Han pasado tres meses y no he recibido ningún tipo de apoyo”, escribió.

Una emergencia humanitaria ignorada

El caso de Enmanuel no es un hecho aislado. Es el reflejo del derrumbe institucional cubano, donde los hogares destruidos por ciclones no se recuperan, las personas vulnerables pierden derechos básicos y las autoridades locales —sin recursos ni voluntad— priorizan el discurso antes que la vida humana.

La situación de sus padres es una emergencia humanitaria, no un trámite administrativo. La falta de una cama adecuada, una vivienda segura, medicamentos, asistencia social y alimentos suficientes los coloca en riesgo inminente de muerte.

Sin embargo, y a pesar de la gravedad evidente, no existe una actuación estatal inmediata, a pesar de que la Constitución cubana obliga al Estado a proteger a los ancianos y a garantizar condiciones de vida dignas.

La Cuba que el poder no quiere mostrar

Mientras la propaganda oficial exhibe estadísticas triunfalistas y reuniones interminables, la realidad de lugares como El Transformador en Baire queda oculta: miseria, enfermedades sin tratamiento, viviendas derrumbadas, familias sin apoyo y jóvenes que cargan sobre sus hombros responsabilidades que ningún ser humano debería enfrentar solo.

Enmanuel no pidió privilegios. Solo exigió que sus padres puedan vivir —y eventualmente morir— con dignidad.

Su reclamo es también el reclamo de Cuba.

Una Cuba cansada, olvidada y rota, que sigue esperando que quienes dicen gobernarla respondan alguna vez al deber más elemental: proteger a su propia gente.

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