
La hipocresía selectiva de la izquierda ante las tragedias del mundo
Mientras el mundo se estremece ante las imágenes de niños palestinos heridos en Gaza, la izquierda internacional despliega su maquinaria de protestas, pancartas y discursos encendidos. Pero a miles de kilómetros, en Sudán, otra tragedia humanitaria —más silenciosa, más cruel y con menos cámaras— se desarrolla sin provocar siquiera una marcha. Miles de civiles han sido asesinados, millones desplazados, y los cristianos están siendo perseguidos, violados o ejecutados. Y, sin embargo, el silencio domina las calles y los foros donde la izquierda suele alzar la voz.
¿Por qué?
Un conflicto sin utilidad política
Sudán vive una guerra civil brutal desde abril de 2023 entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). Lo que empezó como una disputa militar por el control del país se ha transformado en una catástrofe humanitaria.
Las cifras son escalofriantes: más de 14 millones de niños necesitan ayuda urgente, más de 8 millones de desplazados, y miles de asesinatos por motivos étnicos o religiosos en regiones como Darfur.
Pero el conflicto no ofrece lo que la izquierda busca: un enemigo occidental al que culpar.
No hay una potencia europea ni norteamericana ocupando territorio, ni una empresa multinacional saqueando recursos, ni un “imperialismo” que sirva como villano narrativo. La guerra es interna, entre facciones africanas, y sus víctimas —en su mayoría cristianos o comunidades no árabes— no encajan en el guion ideológico de quienes solo ven injusticia cuando proviene de Occidente.
La doble moral del progresismo internacional
Las mismas voces que llenan plazas y redes sociales con banderas palestinas guardan silencio absoluto ante las atrocidades en Sudán.
El motivo es simple: la izquierda global actúa por conveniencia, no por principios.
Si la tragedia puede usarse para atacar a Estados Unidos o a Israel, se convierte en causa universal. Si el sufrimiento ocurre bajo regímenes o conflictos ajenos a Occidente, se archiva en la indiferencia.
Este doble rasero no es nuevo. Ya ocurrió con Siria, donde la izquierda se negó a condenar los crímenes del dictador Bashar al-Ásad; con Nicaragua, donde guarda silencio ante la represión de Daniel Ortega; y con Cuba, donde se niega a ver una dictadura porque el discurso “antiimperialista” la hace intocable.
Los cristianos de Sudán: víctimas invisibles
En el actual conflicto sudanés, los cristianos son una minoría perseguida. Iglesias destruidas, pastores encarcelados, comunidades desplazadas o exterminadas. Pero defenderlos no da rédito político: no hay marchas ni campañas por ellos.
En cambio, los movimientos progresistas prefieren ignorar el hecho de que la persecución religiosa en África y Medio Oriente es hoy una de las mayores violaciones de derechos humanos del siglo XXI.
Hablar de cristianos asesinados en Sudán, Nigeria o Egipto incomoda, porque rompe con el mito de que toda violencia proviene del “Occidente opresor”. Reconocerlo implicaría aceptar que la opresión también surge dentro del mundo que la izquierda idealiza: el de los regímenes autoritarios o de las milicias que se autoproclaman “antiimperialistas”.
La solidaridad que depende del mapa
En Gaza, la izquierda exige justicia. En Sudán, calla.
En Venezuela, justifica. En Ucrania, relativiza.
Y así, el progresismo ha convertido la solidaridad en un acto de cálculo político, no de humanidad.
Los muertos solo importan si sirven para reforzar una narrativa. Las víctimas se seleccionan según la utilidad ideológica. La empatía se distribuye según el mapa.
La verdad incómoda
Si la izquierda quiere recuperar credibilidad moral, debe romper con ese doble discurso.
No puede hablar de derechos humanos mientras aplaude dictaduras, ni exigir justicia internacional mientras ignora genocidios que no convienen a su relato.
La humanidad no se divide entre víctimas útiles y víctimas incómodas. El dolor de un niño en Gaza vale tanto como el de un niño cristiano en Sudán.
Pero mientras la compasión siga filtrada por la ideología, la izquierda seguirá siendo lo que hoy es: una voz ruidosa ante unas injusticias, y vergonzosamente muda ante otras.







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