
La nueva “Amelia Calzadilla”: cómo la dictadura cubana repite su manual de manipulación mediática
En Cuba, cada vez que surge una voz ciudadana capaz de conectar con la población y expresar el malestar cotidiano, el régimen activa el mismo patrón de descrédito y desinformación. El caso reciente de Anna Sofía Benítez Silvente, una joven cubana que publicó un video denunciando la falta de oportunidades y el abandono institucional, vuelve a demostrar cómo el aparato de propaganda intenta neutralizar cualquier figura espontánea que despierte empatía social.
En una publicación en Facebook, el usuario Diego Maslani sugirió que detrás de Anna Sofía existe una “construcción” similar a la que, según él, representó Amelia Calzadilla. La publicación apunta a que la joven estaría financiada o respaldada por “agentes de cambio”, debido al uso de un micrófono de “más de 500 dólares”, insinuando manipulación o patrocinio oculto.
Sin embargo, si buscas en internet se muestra que el micrófono que aparece en la imagen se encuentra en tiendas internacionales con precios reales aproximados de 12 a 30 USD. Es decir, el precio usado como prueba de financiamiento es una exageración casi diez veces superior a su valor real.
El método no es nuevo: es el mismo que utilizó la dictadura cubana contra Calzadilla cuando, en 2022, un simple video donde denunciaba la miseria y la desigualdad desató una campaña de linchamiento mediático. Desde entonces, el castrismo ha perfeccionado una estrategia que se basa en tres etapas: desacreditación, aislamiento y sustitución del discurso original.
El patrón del régimen: fabricar sospecha y desviar la atención
Cuando una voz popular surge desde el pueblo —especialmente una mujer joven y madre— el régimen no confronta sus argumentos, sino su credibilidad. Se le acusa de tener apoyo extranjero, de recibir dinero o de actuar “por encargo”.
Esa táctica busca desactivar la empatía ciudadana: si logran que el público dude de la autenticidad de su mensaje, el régimen evita que se convierta en símbolo de protesta.
La maquinaria mediática oficial y los perfiles afines al gobierno difunden teorías conspirativas, analizan sus pertenencias, su forma de hablar o el precio de su teléfono, intentando construir una narrativa de “incongruencia moral”: alguien que critica la pobreza no debería tener un micrófono caro o un móvil moderno.
Este mecanismo cumple una función psicológica: transforma el debate político en un ataque personal y distrae a la audiencia de los verdaderos problemas estructurales del país. Así, la conversación deja de centrarse en la inflación, los apagones o la represión, y se enfoca en si la denunciante “merece” ser escuchada.
Por qué este método sigue funcionando
El éxito de esta estrategia radica en el control del relato y en la desconfianza generalizada que el propio sistema ha cultivado durante décadas.
En un entorno donde el acceso a la información es limitado y los medios independientes son perseguidos, el Estado conserva una ventaja: puede inundar el espacio digital con versiones manipuladas antes de que la verdad se consolide.
Además, la sociedad cubana, marcada por la escasez y el miedo, tiende a sospechar de cualquier figura que destaque. Esa mentalidad, fomentada por años de propaganda, convierte la envidia y el recelo en herramientas políticas. Así, cuando alguien rompe el silencio, parte del público reacciona no con solidaridad, sino con duda.
En ese terreno, el régimen no necesita tener razón, solo necesita sembrar la incertidumbre. Si logra que la gente no sepa en quién creer, la verdad deja de importar.
El costo de la lucidez
Lo ocurrido con Amelia Calzadilla y ahora con Anna Sofía Benítez Silvente demuestra que el régimen teme más al pensamiento espontáneo que a la oposición organizada.
Las voces que nacen del pueblo, sin afiliaciones políticas, son las que realmente amenazan la narrativa oficial porque hablan el lenguaje de la mayoría.
Por eso, cuando una joven cubana graba un video desde su casa denunciando el absurdo cotidiano, la Seguridad del Estado no ve una simple opinión: ve una chispa. Y su reacción —siempre la misma— revela su mayor debilidad: no saber controlar la verdad cuando no la produce él mismo.
La dictadura cubana repite su manual porque, hasta ahora, le ha funcionado: atacar, confundir y desviar. Pero cada vez que una nueva “Amelia” aparece, ese mismo método se desgasta un poco más.
El micrófono no cuesta 500 dólares, y el problema de Cuba no es quién lo sostiene, sino lo que esa persona dice: que el país vive una crisis estructural, que la gente está cansada y que el poder ha perdido toda conexión con la realidad.
La dictadura podrá seguir intentando desacreditar a quienes hablan, pero cada vez que lo hace, deja más claro que su miedo más grande no es al “enemigo externo”, sino a la verdad interna que ya no puede controlar.







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