Cuba a oscuras: el peso de los apagones sobre una población agotada

Cuba vive una de las crisis energéticas más graves de los últimos tiempos. El reciente apagón nacional, que dejó a más de 11 millones de personas sin electricidad, volvió a exponer la fragilidad del sistema eléctrico y el deterioro acumulado de una infraestructura incapaz de sostener la demanda del país.

Aunque en ciudades como La Habana el servicio comenzó a restablecerse de manera parcial en las horas siguientes, miles de familias en provincias como Matanzas y Guantánamo continuaron varios días sin corriente, sometidas a la incertidumbre y a cortes cada vez más prolongados. Para muchos, la experiencia de pasar noches enteras sin luz, sin agua y con los alimentos en riesgo de perderse, se ha vuelto una rutina insoportable.

Un sistema al borde del colapso

El Sistema Eléctrico Nacional opera desde hace años con una capacidad limitada. Las plantas termoeléctricas, columna vertebral de la generación, llevan décadas funcionando con parches y falta de mantenimiento. La salida inesperada de unidades clave, como la termoeléctrica Antonio Guiteras en Matanzas, basta para desatar un efecto dominó que deja a la isla a oscuras.

A este panorama se suma la escasez de combustible. La falta de petróleo para mantener en funcionamiento las centrales limita cualquier intento de estabilidad. Según estimaciones oficiales, la demanda supera con creces la generación disponible, lo que obliga a programar cortes que en la práctica duran mucho más de lo anunciado.

Consecuencias en la vida cotidiana

Los apagones no son solo un problema de incomodidad. En hospitales, el suministro eléctrico inestable compromete servicios esenciales; en los barrios, familias enteras pasan días sin poder cocinar ni conservar alimentos; en las calles, la falta de alumbrado multiplica la inseguridad.

La situación golpea también a la economía: pequeñas empresas ven interrumpida su producción, comercios pierden mercancías, y en sectores como el turismo, la imagen de un país que se apaga una y otra vez espanta cualquier expectativa de recuperación.

Entre el malestar y la resignación

La población, agotada, expresa su malestar en redes sociales y en protestas espontáneas que se multiplican en distintos puntos del país. En repartos como Cojímar se han registrado cacerolazos nocturnos, mientras que en Matanzas vecinos denuncian apagones de más de 30 horas. En Guantánamo, familias aseguran haber pasado jornadas completas sin electricidad, dependiendo de velas y hornillas de carbón.

Frente a este escenario, las explicaciones oficiales apenas consiguen calmar los ánimos. La promesa de nuevas inversiones y el impulso a proyectos solares o eólicos chocan con la urgencia de una población que necesita respuestas inmediatas.

Un futuro incierto

La crisis eléctrica en Cuba no es coyuntural, sino estructural. La infraestructura envejecida, la escasez de recursos y la falta de planificación convierten cada apagón en un síntoma de un sistema al borde del colapso. Mientras tanto, la gente en la isla sigue contando las horas a oscuras, aferrándose a la esperanza de que algún día el país deje de apagarse.

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