
Agentes infiltrados: el arma silenciosa de la dictadura para aplastar la oposición en Cuba
La reciente entrevista publicada por el medio oficialista Razones de Cuba a Odilia Collazo Valdés —conocida como la agente “Tania” de la Seguridad del Estado— no es un simple recuento de anécdotas personales. Es la confirmación de cómo la dictadura cubana ha utilizado durante décadas a personas como ella para infiltrar, manipular y destruir desde dentro los movimientos opositores, asegurando que cualquier intento de cambio termine neutralizado antes de que pueda prosperar.
Una vida al servicio del régimen
Odilia, presentada por el aparato propagandístico como una “victoria” del castrismo sobre la disidencia, pasó más de una década infiltrada en el Partido Pro Derechos Humanos de Cuba, hasta llegar a presidirlo. Su doble papel —de cara a la oposición y como informante de la Seguridad del Estado— le permitió ganarse la confianza de líderes y activistas, al tiempo que facilitaba al régimen la información necesaria para desarticular redes, fracturar alianzas y alimentar causas penales contra voces incómodas.
Su confesión pública de haber actuado como agente encubierta no viene acompañada de arrepentimiento, sino de una aparente satisfacción por el daño causado, como si se tratara de una misión cumplida.
El papel en la Primavera Negra
En abril de 2003, durante la oleada represiva conocida como la Primavera Negra, Odilia fue testigo de cargo contra reconocidos opositores pacíficos. Sus declaraciones fueron determinantes para condenar a periodistas, activistas y defensores de derechos humanos a penas de hasta 20 años de prisión. Entre los sentenciados estuvieron Héctor Palacios, Héctor Maseda y Óscar Espinosa Chepe, todos declarados presos de conciencia por Amnistía Internacional.
No se trató de una acción aislada: su trabajo formó parte de una estrategia sistemática para destruir el movimiento opositor desde dentro, en coordinación directa con la maquinaria represiva del régimen.
El sabotaje como política de Estado
El caso de Odilia es solo un ejemplo de un patrón repetido. La Seguridad del Estado cubana ha sembrado infiltrados en partidos políticos disidentes, grupos cívicos, movimientos culturales y hasta en proyectos humanitarios. El objetivo es siempre el mismo: provocar divisiones internas, fomentar desconfianza y recolectar información que sirva para encarcelar, intimidar o expulsar a líderes incómodos.
Estas maniobras no solo destruyen estructuras organizativas, sino que dejan una herida profunda en la moral de la sociedad civil, dificultando la reconstrucción de una oposición unida y efectiva.
Culpable de un presente oscuro
Hoy, más de veinte años después de la Primavera Negra, Cuba sigue siendo una dictadura que mata lentamente a su pueblo. Escasez crónica de alimentos y medicinas, un sistema de salud colapsado, apagones interminables y una represión política cada vez más sofisticada forman parte del día a día de millones de cubanos.
Odilia Collazo Valdés es cómplice de que esta realidad siga existiendo. Su colaboración activa con la Seguridad del Estado contribuyó a mantener en el poder a un régimen que ha sumido a la nación en la miseria y ha convertido el acto de pensar libremente en un delito.
La memoria como resistencia
Frente a los intentos del castrismo de glorificar a figuras como “Tania”, es necesario recordar que su labor no fue un servicio a Cuba, sino al sistema que la oprime. La historia de la infiltración y el sabotaje debe quedar registrada como advertencia: la dictadura no solo reprime con golpes y cárceles, sino también con la traición y la manipulación.
La verdadera victoria del pueblo cubano llegará el día en que ninguna “Tania” pueda volver a destruir, desde dentro, los sueños de libertad de una nación.







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