
La cadena de muertes violentas que persigue a la familia Turbay
La violencia política en Colombia ha dejado cicatrices profundas en familias históricas del país. Pocas han sufrido tanto como la familia Turbay, descendiente de inmigrantes de origen turco que llegaron a finales del siglo XIX en busca de oportunidades y que, con el tiempo, se posicionaron en los más altos círculos del poder político.
Desde la presidencia de Julio César Turbay Ayala (1978–1982) hasta las más recientes generaciones, la vocación de servicio público ha sido una constante. Sin embargo, esa misma exposición ha convertido a sus miembros en blancos recurrentes de la violencia política.
El primer golpe: el secuestro y muerte de Rodrigo Turbay (1995)
El 16 de junio de 1995, Rodrigo Turbay Corte, presidente de la Cámara de Representantes y miembro de la Comisión de Paz, fue secuestrado por las FARC mientras adelantaba una gira política en zonas rurales de Florencia, Caquetá.
Durante 22 meses en cautiverio, envió una única carta a su madre, doña Inés Cote de Turbay, en la que escribió:
“No me siento rehén de las FARC, sino cautivo de Cristo y prisionero de la selva más hermosa del mundo…”.
Rodrigo murió en manos de sus captores, y su caso continúa sin resolución judicial. Su asesinato simbolizó la vulnerabilidad de los líderes políticos en medio del conflicto armado.
La masacre de Diego Turbay e Inés Cote (2000)
Tres años después, el 29 de diciembre de 2000, la tragedia volvió a golpear a la familia. Diego Turbay, entonces presidente de la Comisión de Paz de la Cámara de Representantes, viajaba junto a su madre, un amigo de la familia, el conductor y sus escoltas por una carretera del Caquetá.
Hombres armados de la columna Teófilo Forero de las FARC los emboscaron y asesinaron con extrema violencia. La necropsia reveló que Diego recibió 57 impactos de bala. La guerrilla los acusó falsamente de vínculos con paramilitares, acusación que nunca fue respaldada por ninguna investigación judicial.
Constanza Turbay, hermana de Rodrigo y Diego, sobrevivió a la violencia, pero perdió a toda su familia inmediata. Hoy vive en el exilio y mantiene viva la memoria de sus seres queridos, denunciando la impunidad que ha rodeado estos crímenes.
El asesinato de Miguel Uribe Turbay (2025)
El último golpe ocurrió el 7 de junio de 2025. Miguel Uribe Turbay, senador, precandidato presidencial y nieto del expresidente Julio César Turbay Ayala, fue baleado durante un mitin en el parque El Golfito, en Bogotá. Un menor de edad se acercó y disparó tres veces; dos balas impactaron en la cabeza.
Uribe permaneció más de dos meses en cuidados intensivos y falleció el 11 de agosto de 2025. El caso provocó una conmoción nacional e internacional. El autor material, un adolescente de 14 años, fue detenido, y las investigaciones apuntaron a Elder José Arteaga Hernández, alias El Costeño, como autor intelectual.
La muerte de Miguel reabrió heridas familiares y nacionales. Su trayectoria pública estaba marcada por la política y por la sombra de la violencia: su madre, la periodista Diana Turbay Quintero, murió en 1991 tras un secuestro del cartel de Medellín.
Patrón de violencia contra figuras públicas
Estos asesinatos no son hechos aislados. Forman parte de una estrategia recurrente en Colombia, donde la eliminación física de líderes políticos busca intimidar, desestabilizar y enviar mensajes de poder territorial.
En el caso de los Turbay, tres congresistas —Rodrigo, Diego y Miguel— fueron asesinados mientras ejercían sus funciones, y una periodista de la familia perdió la vida en circunstancias igualmente violentas. Los crímenes, en su mayoría, permanecen impunes, lo que refuerza un mensaje de vulnerabilidad para quienes se dedican al servicio público.
Un legado marcado por la tragedia
La historia de la familia Turbay ilustra el alto costo que la política ha tenido en Colombia, especialmente en regiones donde el Estado se enfrenta a estructuras armadas ilegales. La persistente impunidad de estos casos no solo deja heridas abiertas en las víctimas y sus familias, sino que debilita la confianza ciudadana en las instituciones.
En palabras de Constanza Turbay:
“Sentí que con ellos se iba mi vida… y hasta quise sepultar mi vida con ellos”.
Hoy, el nombre Turbay sigue asociado tanto a liderazgo político como a una cadena de pérdidas que, lejos de olvidarse, permanecen como un recordatorio de los riesgos que, en Colombia, implica servir al país.







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