«Que me llegue la pelá»: el grito silenciado de un anciano guantanamero que trabajó 44 años para acabar en el olvido

Con la voz apagada por el peso de los años y la resignación marcada en el rostro, un anciano guantanamero de 72 años ha conmovido a quienes han visto el video donde relata su dramática situación. Se jubiló con apenas 1,628 pesos cubanos al mes, una cifra que —según sus propias palabras— le dura apenas un día.

“Una libra de arroz me cuesta 250 pesos. ¿Qué más voy a comprar?”, dice sin rodeos, mientras describe cómo se las arregla para sobrevivir. No puede pagar aceite. Su fogón de carbón se rompió y tiene que cocinar con el vecino, cuando puede. No recibe ayuda estatal ni lo ha visitado jamás un trabajador social. “Aquí no ha venido nadie. Yo no existo”, denuncia.

Durante 44 años trabajó en la Empresa Estatal, más de la mitad en la Forestal, chapeando monte y sao “como un animal”, bajo el sol y la lluvia. Fue reconocido repetidamente como uno de los tres mejores trabajadores, pero ese esfuerzo nunca se tradujo en una vejez digna. Hoy, su vida se resume en el abandono, el hambre y la soledad. “Yo estoy esperando la pelá. Ya estoy viejo, ya no se acuerdan de mí”, dice, mirando a la cámara con una mezcla de cansancio y dignidad herida.

Este testimonio es una muestra más del profundo desprecio institucional hacia quienes lo dieron todo por el país y hoy son tratados como desechos humanos. Mientras el régimen insiste en discursos vacíos sobre justicia social y protección a los más vulnerables, miles de ancianos cubanos malviven entre la miseria, la desnutrición y el olvido.

El caso de este anciano guantanamero no es una excepción, sino una dolorosa regla en una isla donde envejecer es, para muchos, una condena. Su voz, rota pero valiente, nos recuerda que en Cuba la jubilación no es un descanso merecido, sino una antesala al sufrimiento.

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