
“Aquí no se vive, se sobrevive”: anciano guantanamero vende zapatos viejos para poder comer
Desde el oriente cubano, en el corazón de Guantánamo, llega el testimonio estremecedor de un anciano de 65 años que vive en condiciones infrahumanas. Su vivienda se encuentra en ruinas: el techo se desplomó y, desde entonces, se ha visto obligado a habitar la cocina, el único espacio que aún le ofrece un mínimo resguardo.
“Hace mucho que no como carne, ni viandas”, confiesa con voz cansada. Su dieta se limita a un poco de arroz y, en ocasiones, a la comida del comedor social, la cual debe pagar, a pesar de su bajísima calidad. “Esa comida tan mala que hacen… y ni gratis es”, lamenta.
No cuenta con una chequera de jubilación. Sobrevive gracias a una ayuda social de apenas 1535 pesos mensuales, una suma que no alcanza ni para cubrir una semana de necesidades básicas. Para intentar sostenerse, se dedica a vender zapatos viejos que le donan algunas personas solidarias del barrio. Sobre una lona desgastada, expone las sandalias, chancletas y zapatos rotos que espera vender a quien esté aún más necesitado que él.
La imagen de decenas de calzados usados alineados en el piso, bajo el sol y el polvo, es un retrato cruel de la miseria a la que ha sido empujada la vejez en Cuba. Este hombre no pide caridad, solo visibilidad. “Lo único que quiero es que vean cómo estamos viviendo los viejos aquí, que no valemos nada”, dice con dignidad.
Su caso no es aislado. La situación de miles de adultos mayores en la isla es similar o incluso peor. Muchos, tras haber trabajado toda su vida, enfrentan la vejez con hambre, abandono y sin un techo digno. El Estado, mientras tanto, continúa priorizando propaganda y represión, en lugar de garantizar una vida decente a quienes lo dieron todo.
Este testimonio es un llamado urgente a la conciencia colectiva. En Cuba, en pleno 2025, ser viejo es un castigo.







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