
“Solo quiero vivir para cuidar a mis hijos”: el testimonio desgarrador de Aylín González, madre cubana con cáncer y víctima de abandono médico
«Comunidad internacional, mi nombre es Aylín González Rodríguez. Yo vivo en Santa Clara, Villa Clara, aquí en Cuba. Tengo cinco niños y soy paciente oncológico». Así comenzó el estremecedor testimonio de que esta madre cubana ofreció a través de una directa en su perfil de Facebook, denunciando las negligencias médicas, el abandono institucional y la falta de humanidad del sistema de salud cubano. Su único deseo: sobrevivir para poder cuidar a sus hijos, especialmente a dos de ellos que padecen un extraño síndrome neurológico conocido como “niños panda”.
Aylín, madre de cinco pequeños —tres de ellos con edades comprendidas entre los cinco y los nueve años— sufre de cáncer de mama, y ha sido diagnosticada con un carcinoma ducto lobulillar invasor. Pero más allá de la enfermedad, su mayor preocupación son sus hijos. “Ellos me necesitan”, repite con la voz quebrada. Dos de los niños han sido diagnosticados con el síndrome de niños panda, un trastorno neurológico severo que afecta su motricidad, su comportamiento y su capacidad de aprendizaje. “Pierden la capacidad de caminar, necesitan rituales para poder moverse, levantar objetos varias veces, se tornan agresivos… No pueden valerse por sí mismos”, explica.
En su crónica pública, Aylín relata un viacrucis que comenzó con un simple ultrasonido y terminó en una pesadilla de diagnósticos errados, consultas negligentes, humillaciones y largos meses de espera para recibir atención adecuada. Desde que notó un bulto en su seno derecho tras la picadura de un mosquito durante un apagón, comenzó una lucha contrarreloj que se ha visto entorpecida por la desidia del sistema médico cubano.
“Leche atrasada”: negligencia médica y deshumanización
Desde el primer contacto con la consulta de mastología en el hospital oncológico Celestino Hernández Robau, Aylín fue víctima del desdén profesional. La doctora Iliana, a cargo de su caso, minimizó sus síntomas, calificando como “leche atrasada” una secreción verdosa, densa y fétida que salía de ambos pezones. A pesar de los signos alarmantes, como adenopatías bilaterales e inflamación severa, no se le ordenaron cultivos ni estudios urgentes. «Ni siquiera se dignó a leer la mamografía anterior. Me dijo que confiara en ella o que buscara otra doctora», cuenta entre lágrimas.
Aylín tuvo que costear por medios propios múltiples análisis, incluso el cultivo que reveló un estafilococo aureus, y asumir el papel de enfermera en casa, curándose a sí misma tras cada procedimiento, incluyendo la mastectomía. «Yo sola, delante de un espejo, con pinza en mano. Me bebía las lágrimas. Cuando mis niños se acercaban, me las secaba y fingía que no me pasaba nada».
Una madre sin derecho a estar enferma
A la crudeza de su enfermedad se suma la responsabilidad de criar y cuidar a cinco hijos, dos de ellos con necesidades especiales. Uno asiste a una escuela para niños con trastornos motores; La otra aún espera cupo. La niña, en segundo grado, ni siquiera sabe leer. “Estos niños no aprenden de forma convencional, necesitan a su madre como maestra, como enfermera, como todo”, suplica.
Aylín hace responsable directo al gobierno cubano, al sistema de salud ya los órganos de Seguridad del Estado por cualquier cosa que le suceda a ella oa su familia. «Sé que con esta directa me expongo, pero ya no tengo nada que perder. Estoy entre la vida y la muerte».
La travesía a La Habana: desprecio, humillación y burla
Desesperada, viajó a La Habana para buscar atención en el Instituto Nacional de Oncología. Durmió en bancos de metal, sin comer, sin bañarse, y fue recibido con burlas y comentarios degradantes. Una funcionaria le sugirió que su infección se debía a “falta de higiene y malas prácticas sexuales”, otra le dijo que sufría del “síndrome de Angelina Jolie” y que debía acudir a un psiquiatra.
En el Ministerio de Salud Pública, un funcionario —cuyo cargo nunca fue aclarado— le ofreció dos opciones: dormir en la calle hasta que pudiera ser atendida o regresar a Santa Clara con la promesa de una intervención que nunca se concretó. Cuando volvió, descubrió que ni siquiera habían tramitado su caso y que le habían suspendido la quimioterapia sin razón alguna.
Un grito por la vida
Aylín no pide lujos. Pide vivir. Pide poder cuidar a sus hijos. “Lo único que necesito es estar viva para ellos”. Su relación pone al descubierto no solo el deterioro del sistema de salud cubano, sino la crueldad de un aparato que se desentiende de los más vulnerables.
La comunidad internacional no puede mirar hacia otro lado. El testimonio de Aylín no es un caso aislado: es el retrato de un país donde el abandono estatal puede costarte la vida, donde ser madre y enferma a la vez es un crimen imperdonable, y donde la dignidad se castiga con silencio.
«No sé cuánto tiempo me queda. Pero hasta el último día, lucharé por mis hijos», concluye.







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