Desde Playa Cajío, en el municipio de Güira de Melena, llega un grito desesperado que refleja la cruda realidad de muchas comunidades en Cuba. En una zona devastada, sin electricidad y donde los pobladores recurren a cocinar con leña para poder sobrevivir, se presenta un camión lleno de balitas de gas licuado, pero solo para cambiar los contratos de unas pocas personas: 17 en total.

La escena resulta dolorosa y paradójica para los habitantes de Playa Cajío, que ven cómo un tan recurso esencial como el gas licuado, necesario para cubrir las necesidades básicas, se encuentra al alcance, pero no disponible para la mayoría. Los trabajadores encargados del gas estaban dispuestos a extender su ayuda a los residentes, reconociendo la difícil situación que atraviesa la comunidad. Sin embargo, la orden desde la Dirección Nacional de Gas Licuado era clara: no había autorización para suministrar gas a todos.

Según testimonios recogidos, incluso se hicieron gestiones a nivel gubernamental, buscando una respuesta humana y solidaria ante las necesidades del pueblo. La respuesta fue contundente y frustrante: «no». Esta negativa se traduce en una injusticia, una herida para una comunidad que se siente abandonada por las instituciones y desprovista de derechos básicos.

Entre los relatos de los afectados, destaca el de una mujer con niños de brazos, quien tampoco recibió ayuda para obtener el gas. «Es como enseñarle un caramelo a un niño hambriento», expresa uno de los vecinos, quien añade que esta acción es una burla y una falta de respeto hacia un pueblo en crisis.

La situación de Playa Cajío es un reflejo de la grave escasez y de las dificultades que enfrentan los cubanos para acceder a servicios esenciales. En un contexto de apagones prolongados, donde la electricidad es un lujo intermitente y cocinar se convierte en un desafío diario, la falta de gas licuado representa una carencia más en una lista cada vez más extensa de necesidades insatisfechas.

Los pobladores de Playa Cajío exigen justicia y exigen que las autoridades no den la espalda a sus necesidades. Con palabras cargadas de impotencia y dolor, el pueblo clama por atención y ayuda, esperando que su situación llegue a oídos del mundo y que, de algún modo, se logre una respuesta a su llamado.

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