En la noche del pasado sábado, San José de las Lajas, un municipio que, como gran parte de Cuba, está sumido en apagones interminables, se convirtió en escenario de una protesta espontánea que resonó en la oscuridad. Decenas de cubanos, armados con sus calderos, salieron a las calles a expresar su frustración mediante un cacerolazo que se prolongó durante varios minutos. Entre los sonidos metálicos que rebotaban en las paredes de las casas, una frase sobresalía: “¡Oye, policía pinga!”, un grito que refleja el hartazgo generalizado de la población ante la situación actual.
Cuba atraviesa una crisis energética sin precedentes. Los apagones se han convertido en la norma debido a la falta de combustible y la rotura de varias termoeléctricas, afectando gravemente la vida cotidiana de los cubanos. El sábado por la noche, San José de las Lajas no fue la excepción. Mientras el país sufre un “apagón nacional”, los lajeros, cansados de soportar horas y horas sin electricidad, decidieron alzar su voz de la única manera que les queda: con cacerolas y gritos en plena oscuridad.
Los cortes de electricidad, que en algunos lugares duran hasta 36 horas, han paralizado gran parte de la vida diaria en Cuba. Sin luz, refrigeradores, ventiladores y cocinas eléctricas se vuelven inútiles, lo que pone en jaque la ya precaria situación alimentaria de las familias. Pero lo más devastador es el impacto emocional que esto genera en la población, que se siente abandonada por las autoridades.
El grito de “¡Oye, policía pinga!” surge no solo como una expresión de descontento contra las fuerzas del orden, sino como un grito que señala la impotencia de un pueblo frente a un sistema que parece incapaz de ofrecer soluciones. La frase, aunque vulgar, se ha convertido en un símbolo de la resistencia popular contra un aparato represivo que, lejos de proteger, ha estado vigilando y controlando cada manifestación de descontento.
Este cacerolazo es solo uno de muchos que se han registrado en las últimas semanas en distintas localidades de Cuba, donde la falta de electricidad se ha sumado a una crisis económica y social cada vez más insostenible. A lo largo del país, las voces disidentes se hacen sentir de manera similar, con protestas pacíficas que surgen del desespero por las condiciones de vida actuales.
El régimen cubano ha reconocido los problemas energéticos, culpando al embargo y a las dificultades para adquirir combustible en el mercado internacional, como bien saben hacer para justificar su mala administración. Sin embargo, estas explicaciones no calman la creciente frustración de la población que, noche tras noche, se enfrenta a la oscuridad, tanto literal como figurativa, en la que parece estar sumida la isla.
Los cacerolazos, un método de protesta que en muchas partes del mundo ha sido utilizado por ciudadanos que buscan ser escuchados, en Cuba son un recordatorio de que, aunque la represión sea constante, el pueblo sigue encontrando formas de hacer valer su voz.
Mientras el país sigue en apagón, el eco de los calderos en San José de las Lajas y en otras partes de la isla parece ser un presagio de que la paciencia de los cubanos está llegando al límite.







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