En un país sumido en la peor crisis económica de su historia, donde los apagones, el hambre, la falta de higiene y la escasez de medicamentos son parte de la cotidianidad, en el barrio de Chicharrones, Santiago de Cuba, se vivió una realidad paralela. No era una protesta ni una manifestación de descontento, sino una celebración por el aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la organización represora que durante décadas ha vigilado, controlado y delatado a los ciudadanos al servicio del régimen dictatorial cubano. El evento tuvo como figura central al Coordinador Nacional de los CDR, el ex espía Gerardo Hernández, y, como si esto no fuera suficiente, la fiesta incluyó hasta una conga animada por la Conga Paso Franco.

Resulta casi imposible de comprender cómo, en medio de tanto sufrimiento, algunos salen a las calles a celebrar el aniversario de una de las estructuras más opresivas del sistema cubano. Los CDR, lejos de ser una organización de «defensa» del pueblo, han sido durante más de seis décadas los ojos y oídos del régimen, los que han sembrado el miedo, la división y la desconfianza entre vecinos, facilitando la represión contra aquellos que osan pensar diferente. Hoy, cuando el país atraviesa una crisis sin precedentes, se celebra su legado como si hubiera algo que festejar.

Las imágenes de este acto no son solo una representación de la pobreza material, sino también de la pobreza espiritual a la que ha sido sometido el pueblo cubano. En lugar de alzar la voz en contra de un régimen que los oprime, muchos se vieron arrastrados a una celebración vacía, como si el ruido de los tambores pudiera silenciar la realidad que los rodea. ¿Qué se celebra en Chicharrones? ¿La capacidad del régimen de seguir controlando a la gente, incluso cuando ya no tienen qué comer?

La conga de Chicharrones no es más que una burla a los que sufren en silencio, a los que hacen largas colas por un pedazo de pan, a los que ven cómo su salud se deteriora sin poder acceder a los medicamentos que necesitan. Es la celebración de la represión, una fiesta para los que han convertido la vigilancia y la delación en una forma de vida.

El hecho de que un ex espía y actual dirigente de los CDR sea el centro de esta festividad añade una capa más de ironía a esta absurda realidad. Gerardo Hernández, en lugar de estar al servicio del pueblo, se ha dedicado a fortalecer una maquinaria de control social que asfixia a los cubanos. Y sin embargo, ahí estaba, recibiendo vítores y aplausos de una población que, en el fondo, sabe que no hay nada que celebrar.

El aniversario de los CDR en Chicharrones es una triste metáfora de la Cuba actual: un país donde el hambre y la desesperación son constantes, pero donde algunos, por miedo, por costumbre o por resignación, continúan celebrando su propia opresión. La conga que resonó en las calles de Santiago es, en realidad, una marcha de la miseria, una danza de la desesperanza que no puede esconder la verdad que todos conocen: en Cuba no se vive, se sobrevive. Y mientras tanto, los tambores seguirán sonando, porque para el régimen, la fiesta debe continuar, aunque el pueblo esté muriendo de hambre.

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