Mientras el mundo observa con atención cómo Venezuela se enfrenta a una encrucijada política, surge inevitablemente la comparación con Cuba, su vecino caribeño. Recientemente, Estados Unidos ha dado un ultimátum a Nicolás Maduro, exigiendo el respeto a la voluntad popular. Muchos cubanos, atentos a estos acontecimientos, se preguntan: ¿por qué no sucede lo mismo con el régimen cubano?
La respuesta, aunque compleja, radica en diferencias fundamentales entre ambas naciones. En Venezuela, el descontento popular ha tomado las calles. Más de 17 muertos, centenares de desaparecidos y miles de presos políticos no han sido suficientes para acallar las voces que claman por libertad y democracia. Cada manifestación, cada grito en las calles, ha puesto en evidencia la resistencia de un pueblo que, pese al riesgo, se niega a ceder.
Aida Fernández Lipiz, una voz entre muchas, lo resume con claridad en los comentarios de un artículo publicado en ClickCuba: «¿Sabe por qué? Porque es un pueblo valiente. Mientras los cubanos sigan bailando conga y sigan indiferentes ante el encarcelamiento de sus hijos y sigan indiferentes ante la vida miserable que le están haciendo vivir, las naciones también serán indiferentes con los cubanos. Más claro ni el agua».
Este comentario, crudo pero certero, invita a una reflexión profunda. En Cuba, la ausencia de una oposición legal y la represión sistemática han generado una aparente apatía en la población. Las festividades, las congas y la aparente normalidad en las calles contrastan con la realidad de un país que lleva décadas bajo un régimen dictatorial.
Pero, ¿es justa esta comparación? ¿Es válido culpar al pueblo cubano de su situación actual? La respuesta no es sencilla. La maquinaria represiva en Cuba ha sido eficiente en silenciar disidencias, en controlar información y en mantener a raya cualquier intento de levantamiento popular. A diferencia de Venezuela, donde existe una oposición reconocida y con cierta capacidad de organización, en Cuba cualquier atisbo de oposición es rápidamente sofocado.
Entonces, ¿cómo podría el pueblo cubano romper estas cadenas? La historia ha demostrado que los cambios más significativos nacen desde adentro. La educación y la información son herramientas poderosas. Fomentar espacios de diálogo, aunque clandestinos, puede ser el inicio de una resistencia organizada. Las redes sociales, pese a las limitaciones, han demostrado ser un canal eficaz para difundir mensajes y unir voces.
La diáspora cubana también juega un papel crucial. Desde el exterior, pueden alzar la voz, presionar a gobiernos extranjeros y mantener viva la llama de la libertad. La solidaridad internacional es esencial, pero debe estar respaldada por acciones concretas dentro de la isla.
En resumen, mientras en Venezuela el pueblo se alza y exige, en Cuba el silencio se vuelve cómplice. No se trata de juzgar, sino de entender las diferencias y buscar caminos hacia la libertad. El día que las calles de La Habana se llenen de voces clamando justicia, ese día, el mundo volteará su mirada y, quizás, los ultimátums lleguen.







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